


La sazón de la resistencia
Era una noche silenciosa y tranquila ese primero de mayo de 2021 en Puerto Resistencia. Después de servir la cena (una fritanga que no duró ni 15 minutos), doña Marta estaba lavando sus utensilios. De repente, se fue la energía y el wifi en toda la zona. El estruendo de los gases lacrimógenos alertó de la presencia del entonces llamado Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD). Doña Marta respiraba con dificultad y el humo de los gases le irritaba los ojos. Supo que tenía que actuar rápido. Sintió el miedo en su pecho. Tuvo que dejar las ollas guardadas y correr. Cada paso era una lucha contra la impotencia y la incertidumbre. La adrenalina corría por sus venas mientras esquivaba obstáculos en la oscuridad. El sonido de las detonaciones y los gritos de la gente creaban un caos ensordecedor a su alrededor. En medio de la confusión, buscó desesperadamente un refugio seguro, golpeando puertas que no se abrían. Se sentía impotente. Nadie quería dejarla entrar. Pero no se rindió, siguió corriendo hasta que se encontró con un joven de Primera Línea. Él la llevó a una casa cercana para pasar la noche. Sin embargo, cuando llegaron, el dueño de la casa les advirtió que apenas amaneciera, debían irse.
Su teléfono no dejaba de sonar, y el temblor que tenía en su cuerpo, debido a aquel momento de caos, no le permitía contestar. Intentó concentrarse en la pantalla del celular para mirar quién la llamaba y apenas vio que se trataba de su hija, cerró los ojos, respiró profundamente, aquietó sus manos por unos segundos y contestó. Su hija, Ximena, de 35 años, le rogaba que le diera su ubicación para ir a recogerla, pero ella se negó rotundamente; no iba a permitir que pusiera en peligro su vida en una de las noches más violentas del Paro Nacional.
Al amanecer del día siguiente, doña Marta finalmente se reencontró con su hija. El cielo empezaba a aclarar cuando salió de la casa que le había ofrecido refugio. El joven de Primera Línea que la había ayudado la noche anterior la acompañó hasta un lugar seguro, donde Ximena la estaba esperando. Madre e hija se abrazaron, llenas de alivio y lágrimas. Marta le contó a Ximena lo que había pasado y le explicó que, a pesar de todo, ese suceso no la iba a detener en su apoyo al paro. Estaba decidida a seguir en la olla comunitaria porque no podía dejar solos a sus “niños y niñas” de Primera Línea. Doña Marta, más conocida como ‘Mamá Ollas’, tiene 57 años, es de contextura delgada, cabello negro y tez trigueña. Su rostro siempre está impecablemente maquillado: para ella es infaltable aplicarse su labial rojo, un poco de rubor y hacerse el delineado negro en la parte de abajo de sus ojos para resaltar su mirada. Nació en Bucaramanga pero se siente totalmente caleña. Llegó a la ciudad acompañada de sus padres cuando aún era una niña y allí ha transcurrido toda su vida. Desde muy joven desarrolló su gusto por la cocina; fue de su madre de quien heredó la gran sazón que le destacan las personas que han llegado a comer en sus ollas comunitarias. Ella le enseñó a preparar sus primeras recetas y de ahí aprendió que las comidas, más que una fuente de alimento, eran una forma de dar amor a otros. Así que apenas tuvo la edad para tener un trabajo estable empezó a laborar en diferentes restaurantes, lo que la ayudó a perfeccionar su conocimiento en culinaria. Luego entró a una empresa más grande de comestibles donde duró varios años. Pero cuando llegó la pandemia, la empresa hizo un recorte de personal y ella quedó desempleada: “Pasé hambre y muchas necesidades durante la pandemia. Sentí indignación por el alza en los productos de canasta familiar, la falta de oportunidades laborales y la indiferencia del gobierno del títere Iván Duque ante las necesidades del pueblo”. ‘Mamá Ollas’ en el centro de la protesta El 28 de abril, cuando iniciaron las marchas del Paro Nacional, ella sintió que la lucha que se gestaba en las calles le pertenecía. Sabía que la reforma tributaria no la beneficiaría y veía cómo reprimían a los jóvenes, cómo estos aparecían muertos o no aparecían, y no dudó en unirse a las manifestaciones. Ella iba a alzar la voz por sus derechos. Le dejaba claro a todo el que le preguntara por qué estaba ahí, que ella luchaba por una vida digna, que era su voluntad hacer parte del movimiento y que nadie la había obligado ni le había pagado. Iba todos los días a Puerto Resistencia y recogía cuanto desechable encontraba para ayudar a los jóvenes de Primera Línea a fabricar las barricadas. En uno de esos días, se cruzó con una amiga que le comentó que estaba organizando una olla comunitaria y la invitó a participar. Ella, sin dudarlo dos veces, se unió a la preparación de los alimentos. Y allí se quedó; no volvió a su casa porque era constantemente perseguida y hostigada por policías que querían ubicar su casa para hacerle allanamientos. Desde temprano en la mañana, ‘Mamá Ollas’ y su equipo comenzaban la jornada de preparación de alimentos. A las nueve de la mañana ya estaban sirviendo los primeros desayunos. Preparaban café y chocolate, y los acompañaban de panes donados por la comunidad. Para el almuerzo, que se servía a la una de la tarde, cocinaban arroz, frijoles, sopas y carnes, según lo que hubiera disponible ese día. En las tardes, ofrecían refrigerios variados: desde postres caseros como arroz con leche hasta salchipapas y sándwiches. En las noches, la dinámica cambiaba. No solían cocinar tanto como durante el día; los jóvenes que permanecían en el lugar guardaban los alimentos en una casa cercana. Organizaban asados, aprovechando para tener algo en el estómago antes de los enfrentamientos. Sin embargo, en ocasiones especiales, pedían a las madres que cocinaran algo más liviano. ‘Mamá Ollas’ entonces preparaba chocolatadas con queso, pan y pandebono. La logística de su sistema de alimentos era un testimonio de la capacidad de organización y colaboración de la comunidad. Los insumos llegaban de diversas maneras: las personas donaban utensilios desechables como vasos, platos y cucharones; las mamás que ayudaban en las cocinas traían sus propias ollas y sartenes; familias enteras contribuían con lo que podían; algunos traían mercados completos, otros preguntaban qué hacía falta para las comidas del día siguiente. El voz a voz fue crucial para el abastecimiento constante de alimentos. La generosidad no se limitaba a los habitantes de Puerto Resistencia. Los profesores y la guardia indígena del Cauca también se unieron, aportando víveres y verduras frescas del campo. Además, ciertas personas donaban dinero en efectivo; los voceros del paro gestionaban estos fondos y ‘Mamá Ollas’, junto con algunos de ellos, iba al mercado a comprar lo necesario para las comidas. Su trabajo no cesaba incluso cuando parecía que las fuerzas podían flaquear. Todos los días se preparaban comidas para aproximadamente 200 personas; aunque en varias ocasiones, debido a la demanda, llegaron a alimentar hasta 300. Pero el esfuerzo y la dedicación de ‘Mamá Ollas’ y las otras madres no pasaron desapercibidos: cuando el paro estaba llegando a su fin recibieron una generosa donación de mercados de una iglesia, lo que les permitió continuar con su labor hasta el último momento. “Y es que a mí no me interesaba nada más —dice doña Marta—. Yo no veía sino por los ojos de la olla comunitaria que habíamos construido. Solo me importaba que ellos comieran, que ellos se alimentaran. No me interesaba saber nada sobre reuniones ni nada de eso. Lo único que quería era que mis niños, niñas y mi comunidad tuvieran su barriguita llena para resistir, porque si no hubiera sido por las ollas, ellos no habrían tenido tanto aguante. Pero eso sí, a mí no me pregunte qué día fue tal cosa ni a qué horas, porque los que estuvimos realmente aquí en la lucha no sabíamos ni qué día era. Yo perdía la noción del tiempo mientras estaba ahí concentrada cocinando”. A pesar de las situaciones de peligro que enfrentó mientras estaba en el paro, nunca desistió de seguir allí en Puerto Resistencia apoyando y alimentando a los jóvenes. Y es que ellos mismos le cogieron tanto cariño que muchos la empezaron a llamar “mamá”. Una vez, un joven alzó su plato de comida y lo bendijo. Le dijo a Dios: “Gracias por sus alimentos, gracias por la mamita que los cocina con sus manitas”. Muchos también le dijeron que su sazón les recordaba a la de sus madres. Estas palabras la hacían sentir empoderada y orgullosa de su participación en el estallido. Ella repartía sus alimentos a las personas que buscaban saciar el hambre, sin distinción o preferencia alguna. Y tal vez fue por eso que todos los jóvenes siempre estaban pendientes de ella; también la cuidaban y hasta le llevaban regalos. Hubo un joven que antes de irse le regaló una matera con una planta de tomate cherry. Le agradeció por todo lo que hacía y por esas comidas que le llenaron el estómago tantas veces y le dieron fuerzas para seguir luchando. La abrazó, le dio un beso en la frente, le pidió una bendición y se fue. ‘Mamá Ollas’ no volvió a saber de él. Muchos de los jóvenes que estuvieron allí fueron asesinados, pero como a toda mamá no le gusta saber que a sus hijos los mataron, prefiere quedarse con ese recuerdo alegre de ellos, pensando que están en algún lugar disfrutando su vida. Esa voluntad por ayudar al otro y su amor por la cocina la hicieron conocida incluso en el exterior. En una de las arremetidas del ESMAD en Puerto Resistencia, a doña Marta le destruyeron la estufa con la que preparaba sus comidas. En una entrevista concedida al Canal 2, el medio de comunicación alternativo que se dedicó a retratar el Paro Nacional, ella denunció este hecho. A los pocos días, Alberto Tejada, periodista del canal, le informó que desde California, Estados Unidos, se habían contactado con ellos porque vieron su historia y querían regalarle una estufa nueva. ‘Mamá Ollas’ inmediatamente fue a cotizar una estufa industrial que pudiera abastecer la cantidad de comida que cocinaba cada día. A los pocos días ya estaba estrenando su estufa y haciendo esas olladas de frijoles, sancochos y hasta arroz con leche que alimentaron a los manifestantes en Puerto Resistencia durante el estallido. Post-Paro: el día a día de ‘Mamá Ollas’ Cuando el estallido finalizó, los jóvenes de Primera Línea construyeron cuatro casetas de guadua y hojas de zinc para vender diferentes artículos, una al lado de la otra, en el mismo lugar donde fue construido el llamado Monumento a la Resistencia. Aunque a ‘Mamá Ollas’ le gustaba la idea de tener su propia caseta para montar su emprendimiento en el lugar, nunca mencionaba nada, pues como madre siempre quería lo mejor para sus hijos y que ellos salieran adelante. Pero ella no contaba con que uno de los dueños de un kiosco, un joven al que ella tanto ha querido, le iba a regalar ese espacio. Él le dijo: “Mire, mamita, quédese con el kiosco. Yo quedo más tranquilo sabiendo que usted va a hacer un buen emprendimiento. Además, usted se lo merece por todo lo que ha guerreado aquí con nosotros”. ‘Mamá Ollas’, aunque al principio no sabía qué vender, optó por hacer lo que mejor sabe: preparar comida. Empezó con fritanga, haciendo papas aborrajadas, salchichón, pasteles, empanadas y café. Con el tiempo, su negocio fue dando resultados y pudo comprar una vitrina. Replanteó los productos que iba a vender, porque se dio cuenta de que sus principales clientes eran extranjeros que visitaban el monumento o turistas de otras partes del país. Por esto, aprendió a hacer réplicas pequeñas del monumento en porcelanicrón, a pintarlas, y también compró llaveros, pines para la nevera, cuadros de madera con tallajes de símbolos del estallido social y diferentes artesanías. Objetos que son muy apetecidos por los clientes por su creatividad y diseño. Gracias a todas las relaciones que formó en el paro, a su labor y a cómo se dio a conocer, le han llegado grandes beneficios a su vida. Ha realizado un curso de liderazgo, de manipulación de alimentos y está a pocos meses de culminar su bachillerato. “Lo estoy logrando; no se imaginan lo feliz que estoy de poder superarme y dentro de poco me voy a graduar”, dice con orgullo y con un brillo de alegría en sus ojos. Hoy en día, tiene el kiosco más decorado de todos los que hay en el lugar. En cada parte tiene fotos, cuadros e incluso dibujos de cuando estaba en el paro. Pasa sus tardes contando su historia a todo aquel que muestra interés en conocer a ‘Mamá Ollas’. Además, dedica unos cuantos días a la semana a realizar labores sociales en los barrios más marginados de Cali. Junto a un grupo de compañeros, lleva alimentos a familias de escasos recursos, imparten pedagogías sobre temas de actualidad política o social en los barrios y ella en particular participa en plantones que luchan contra injusticias hacia la población pero también hacia el medio ambiente. Así como ‘Mamá Ollas’, muchas madres desempeñaron un papel crucial en las ollas comunitarias durante el Paro Nacional de 2021. Elena en el punto de La Luna; Patricia en Meléndez; y Diana en Siloé fueron algunas de las mujeres que, con su trabajo, sostuvieron a las comunidades en los momentos más críticos de la protesta. La labor de estas mujeres evidencia el papel indispensable de la solidaridad y el apoyo comunitario en tiempos de conflicto social, reflejando cómo la unión y el esfuerzo colectivo pueden marcar la diferencia en la lucha por los derechos y la justicia.




Una madre en pie de lucha
Laura Guerrero es de esas mujeres que no pasan inadvertidas. Mide 1,60 m. y tiene el cabello corto, con un matiz anaranjado que le da un aire distintivo. Pero es su sonrisa lo que realmente la define. Siempre presente, esa sonrisa es su marca personal. Se expresa con fluidez. No necesita mover las manos para enfatizar sus palabras; su voz es suficiente para transmitir cada mensaje con claridad. A sus 47 años recién cumplidos, Laura es una sobreviviente. Es de esas mujeres inquebrantables a las que les ha tocado remar contra la corriente desde siempre, empujadas por las injusticias de la vida y de las violencias estatales. Perdió a su primer esposo, Rubiel García, víctima de un “falso positivo judicial”, cuando sus dos hijos, Isabella y Nicolás, eran aún niños.
En 2004, Rubiel se dedicaba a la latonería y pintura de carros. Fue secuestrado por el ejército a través de un Batallón de Apoyo de Combate de Inteligencia Militar (B2). Se lo llevaron en un carro, le apuntaron con un arma y le mostraron fotos de sus hijos y otros familiares, amenazándolo. Lo torturaron, obligándolo a elegir quién de su familia quería que muriera primero. Luego lo dejaron lejos de su hogar. Después, Rubiel recibió una llamada en la que le dijeron que debía colaborar si no quería que le pasara algo a su familia. Lleno de miedo, accedió a las amenazas. Le armaron un caso y en julio de 2004 fue imputado por el cargo de rebelión. Pasó ocho meses privado de su libertad. Mientras estaba en la cárcel, contrajo tuberculosis y, posteriormente, le dieron casa por cárcel, donde murió en 2005.
Después de enfrentar la tragedia de la pérdida de su esposo, Laura Guerrero se vio obligada a luchar sola por la justicia. Ninguna instancia le prestó atención ni la ayudó, por lo que tuvo que continuar con su vida. Aprendió peluquería y maquillaje, y con estos oficios pudo sostener a sus dos hijos. Con el tiempo, Laura decidió ampliar sus horizontes educativos y profesionales. Estudió Salud Ocupacional, adquiriendo conocimientos que no solo enriquecieron su carrera, sino que le permitieron impactar positivamente en la salud y el bienestar de quienes la rodeaban. Paralelamente, su interés por la estética la llevó a profesionalizarse como estilista; su destreza y creatividad se convirtieron en herramientas fundamentales para su éxito y el sustento de su familia.




Sin embargo, su trayectoria no se limitó únicamente al ámbito profesional. Desde temprana edad, Laura ha sido impulsada por un fuerte sentido de compromiso social. Ha desempeñado un papel activo en el comité ambiental de la Comuna 8, trabajando incansablemente en la protección y preservación del entorno natural de su comunidad. Además, ha participado en diversos diplomados sobre veeduría ciudadana, fortaleciendo sus habilidades para supervisar y garantizar la transparencia en la gestión pública. Laura está afiliada a la Red Francisco Javier Ocampo Cepeda, una organización que hace seguimiento, investigación y denuncias de casos de violaciones a los Derechos Humanos. Su nombre es un homenaje a un profesor y activista asesinado por la policía en 2013. En esta red, Laura contribuye a indagar y difundir los casos, brindar apoyo legal a víctimas de violaciones de derechos humanos y organizar talleres educativos para empoderar a las comunidades vulnerables. Fue ese mismo espíritu de lucha el que la llevó a unirse a las manifestaciones el 28 de abril de 2021. Era la primera vez que participaba en una marcha; iba acompañada de su segundo esposo y sentía muchos nervios. A medida que avanzaban por las calles abarrotadas, la tensión en el aire era palpable. De repente, en una parte del norte de la ciudad, todo se descontroló. Un grupo de personas intentaba forzar su entrada en un local y la situación se volvió caótica. Su esposo, preocupado por la escalada de violencia, corrió hacia la revuelta para calmar a la multitud. Laura se quedó sola en medio del bullicio, observando con el corazón acelerado cómo su esposo se alejaba. Aunque asustada, decidió seguir adelante. Caminó sola por las calles llenas de manifestantes, sintiéndose pequeña entre la multitud. En su camino, encontró a otra persona que también parecía desorientada. Se unieron y avanzaron juntas. Cuando todo parecía haberse calmado, el estruendo de las aturdidoras anunció la llegada del entonces Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD). La gente empezó a correr en todas direcciones. Laura, sintiéndose cada vez más vulnerable, buscó un lugar seguro. Se desvió hacia una calle menos transitada, alejándose del epicentro de la marcha. Después de correr por algunas cuadras, finalmente halló un rincón tranquilo y se detuvo para recuperar el aliento. Sus manos estaban temblando. Decidió que no volvería a salir a la calle en una situación así. La lucha era importante, pero su seguridad y la de su familia estaba primero. En casa, su hijo Nicolás le decía: “Mamá, el paro no para. Nosotros no nos vamos a rendir”. Laura escuchaba esas palabras una y otra vez, resonando en su mente. Recordaba el paro de 2019 y cómo esta vez parecía no tener fin. Su hijo, decidido a resistir, le pedía que no saliera más: “No vas a salir, mamá. Yo ya estoy en la calle; yo voy a estar resistiendo. No vas a salir”, insistía. Laura temía por su hijo, aunque él le repetía constantemente: “Todo va a estar bien, mamá. A mí no me va a pasar nada malo porque yo no estoy haciendo nada malo; solo estoy ayudando”. Él conseguía insumos para las ollas comunitarias, para brigadas médicas y para todo aquel que pudiera necesitar algo, principalmente en puntos de resistencia como La Luna, La Loma de la Cruz y Meléndez. Su madre era la encargada de gestionar los grupos de WhatsApp para indicarle los lugares a los que debía llevar los insumos. Cinco días después, la vida de Laura cambió drásticamente. La noche más oscura El 3 de mayo de 2021, Cali estaba en zozobra por las concentraciones que se estaban dando en diferentes puntos de la ciudad. Jóvenes se enfrentaban con el ESMAD en una lucha contra la reforma tributaria propuesta por el gobierno de Iván Duque. Ese día Nicolás estaba apoyando la manifestación en el bloqueo del Paso del Comercio, lugar que visitaba frecuentemente. En la mañana, Laura sintió como si algo hubiese penetrado su nariz y se hubiera anidado en el lado izquierdo de su frente; era un dolor intenso que la desesperó por completo. Solo cuando él la llamó para decirle que se dirigía a la casa de una amiga pudo descansar un poco de esa sensación de angustia que la invadía y finalmente concilió el sueño. Unas horas más tarde, se despertó con la migraña más severa que jamás había experimentado; acompañada de mareos y vómitos incontenibles se sostuvo como pudo. Tomó unas pastillas, puso a cargar su teléfono y justo en el momento en que entraba una llamada el celular se apagó. Preocupada por las constantes llamadas se conectó desde su computadora y recibió un mensaje en Facebook que decía: “Nicolás está en casa”. Comenzaba a tranquilizarse, y un segundo mensaje aclaratorio llegó: “Te pregunto”. En ese instante, su corazón empezó a latir más rápido y su respiración se agitó. A los pocos minutos, logró recibir una llamada de su hermano: “Laura, Nico tiene un disparo en la cabeza”. Ella no asimilaba que algo le hubiera pasado a su hijo. De inmediato, se dirigió al centro de salud donde le informaron que lo tenían y alcanzó a verlo en la camilla, con un vendaje alrededor de su cabeza. Sintió el impulso de correr el vendaje y allí estaba la bala, incrustada en el lado izquierdo de su frente. Flex/Nico Nicolás falleció a los 26 años. Desde niño, se interesó por el dibujo y soñaba con ser tatuador. Su abuela, apoyando su talento, le financió un curso de diseño de letras, lo que le permitió perfeccionar el estilo artístico llamado ‘lettering’ dentro del grafiti. Dedicaba largas horas a crear y pintar letras, así como a diseñar su firma distintiva. En el mundo del arte urbano, empezó a ser conocido como “Flex”, pero para su madre siempre fue “Nico”. A los 18 años se convirtió en padre y se trazó como prioridad la felicidad de su hija Emily. Dedicaba gran parte de su tiempo a su familia, una familia amante del dibujo y del arte. En 2017, después del nacimiento de su pequeña y buscando nuevas oportunidades, se trasladó a Gijón, España, junto a su novia Yeardeli. Sin embargo, al llegar enfrentó las múltiples dificultades que supone la vida de un inmigrante: desde la adaptación a una nueva cultura hasta la búsqueda de estabilidad laboral y personal en un entorno desconocido. “Trabajaba pintando casas y realizando otras labores relacionadas con la obra blanca, pero siempre decía que no quería vivir una vida esclavizada. Prefería estar en su tierra; sentía que allá estaba viviendo un sueño ajeno. Sus sueños estaban aquí; él tenía grandes proyectos”. Uno de ellos era embellecer Siloé, pintar todas las casas de colores y adornarlas con el arte que había aprendido. El otro era importar materiales para hacer murales desde Europa para que toda la comunidad de artistas callejeros pudiera acceder a ellos sin tener que gastar tanto dinero. A pesar de la distancia, Nicolás mantenía un fuerte vínculo con su madre en Colombia. La visitaba con frecuencia y cuando lo hacía prefería quedarse en un apartamento para respetar los espacios de cada quien. Su madre recuerda con cariño los almuerzos con Nicolás en los que hablaban de diferentes temas de sus vidas. Laura relata los momentos al lado de Flex en los que mostraba su sensibilidad. “A veces llegaba a casa triste, se recostaba en mis piernas y si tenía que llorar, lloraba. Lloraba de rabia o solo se quedaba en silencio, pero aquí conmigo”, cuenta ella. También compartían paseos por la ciudad en moto donde Nicolás le mostraba sus grafitis con orgullo: “Mamá ¿usted ve esa firma?”, le preguntaba señalando los muros llenos de grafitis. Ella no distinguía las firmas, pero él insistía: “Mire allá ese muro y mírela aquí, mírela acá, esto es un patrón; las calles hablan, mamá”. Nicolás, al igual que su familia, era miembro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, una congregación que le da importancia a la familia y al servicio a la comunidad. Desde joven, no era ajeno a las ideas de colaboración, ya que participaba en muchas labores sociales en distintos lugares. Creció viendo lo que es estar en la calle, ayudando a otras personas, yendo a centros de rehabilitación y a comunidades empobrecidas. Para él, no era extraño pensar: “No quiero todo gratis, pero tampoco quiero trabajar como esclavo”. Tenía claro la importancia de defender las libertades de las personas y los derechos humanos. En diciembre de 2020, Nicolás vino a Cali para asistir al festival “Cógele Sabor Fest”. Meses después, se intensificaron las protestas durante el Paro Nacional de 2021 y Nicolás, decidido a apoyar las protestas, extendió su estancia. “Nico decía que todos merecían tener una identidad, una independencia, no ser maltratados por verse diferente. Y me queda un recuerdo muy vivo de él cuando decía: ‘A mí no me gusta la gente que va contra la revolución porque la revolución es así y va a haber muertos. Y nadie quiere que sea el suyo. Pero eso es lo que hay. Tenemos que cambiar esto. Nos guste o no, vivimos en Colombia’”. Flex fue una de las 45 víctimas letales que dejó el Paro Nacional en Cali entre el 28 de abril y el 23 de junio (que suman cerca de 80 en el territorio nacional), según cifras del Observatorio de Derechos Humanos y Conflictividades del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz). Por su parte, la organización Temblores señaló en un informe que, en el marco del Paro Nacional, al menos 33 personas murieron por impactos de armas de fuego activadas presuntamente por la Policía Nacional. Así mismo, esta organización logró registrar cerca de 228 situaciones en las que la Policía usó sus armas de fuego en el marco de las protestas. En estos hechos, 110 personas (es decir, casi el 49%) recibieron impacto de arma de fuego y fueron heridas, lo que demuestra que la Fuerza Armada disparó directamente a los cuerpos de los manifestantes. Además, documentaron 20 casos de disparo de arma de fuego en zonas residenciales que pusieron en grave peligro a menores de edad, personas adultas mayores y familias en general. Una nueva causa El dolor de una madre o de un padre que pierde a su hijo es un sentimiento que —como diría la escritora Piedad Bonnet— carece de una palabra que lo nombre. Cuando alguien pierde a su pareja le dirán viudo o viuda; cuando pierde a sus padres entonces será un huérfano o huérfana. En años recientes, ciertos colectivos han propuesto el término ʽhuérfiloʼ, pero la Real Academia de la Lengua Española (RAE) aún no la reconoce, debido a que su uso no se ha generalizado. Después de la muerte de Nicolás, Laura sintió que no podía quedarse en su casa. Tenía que estar en la calle, buscando las pruebas para saber quién lo asesinó y respaldando la lucha por la que él había perdido la vida. Al enterarse de que un grupo de vecinos y amigos planeaban crear la maloca comunitaria Nicolás Guerrero, una biblioteca en su honor, decidió involucrarse. La idea era resignificar un CAI, transformándolo en un espacio cultural y educativo. Cuando Laura llegó al lugar, se encontró con muchos jóvenes, algunos entre los 25 años y otros más cercanos a su edad. Se sintió abrumada pero decidida a hacer algo significativo en memoria de su hijo. Junto con su esposo, llenaron su carro de libros y otros materiales donados por manifestantes del paro. Dentro de la maloca, organizaron diversas actividades: se dieron clases de música andina y talleres de artes como porcelanicrón. También hubo actividades como el trueque literario, donde la gente podía intercambiar libros y participar en lecturas colectivas. Todo esto se hacía con el objetivo de fomentar el arte y la cultura como formas de sanar y construir comunidad. Laura hallaba consuelo y propósito en estas actividades; cada clase y cada taller eran una forma de transformar el dolor en una acción positiva. En julio de 2021, la artista Doris Salcedo y la abogada María Belén Sáenz organizaron la exposición “Vidas Robadas”, con el objetivo de darles rostro y nombre a las víctimas de la violencia ejercida por la fuerza pública durante las protestas de 2019 y 2021. En este evento, Laura se relacionó con familiares de otros jóvenes asesinados en medio de las manifestaciones, como Lucas Villa, Héctor Favio Morales, Brayan Rojas, Maicol Aranda, Santiago Moreno, Daniel Sánchez, entre otros. Motivados por el deseo de crear un grupo de apoyo, estas familias continuaron en contacto y surgió la idea de formar una organización. Así nació Memoria Viva Colombia (MEVICO), que se constituyó en un colectivo en enero de 2022, con Laura como su representante. Poco a poco más allegados de jóvenes asesinados y lesionados se unieron al colectivo que ahora cuenta con 33 familias. Aunque solo pudieron denunciar y llevar a audiencias ocho de estos casos, y la mayoría no han logrado llegar a imputación de cargos, MEVICO ha sido fundamental para estas personas. Esta integración ha sido un proceso de sanación colectiva, donde el apoyo mutuo y la solidaridad son los pilares fundamentales para sobrellevar el peso de la pérdida. A través de reuniones, marchas, eventos y acciones de visibilización, estas familias han encontrado en esta iniciativa un refugio de fortaleza y resistencia. Sin embargo, esta dedicación no ha estado exenta de desafíos. Laura, al convertirse en una figura visible en esta lucha, también ha enfrentado amenazas. Por ello prefiere omitir ciertos detalles de su vida privada, pero nunca ha desistido de su labor. Su firmeza se refleja en su continua exigencia de justicia y en su incansable esfuerzo por visibilizar la verdad. “Hoy solo nos queda ese vínculo de amor, de afectos, que nos permite mirar el futuro con una esperanza de justicia, con el deseo fuerte de saber quién dio la orden, quién le disparó a nuestros hijos, por qué lo hicieron. Quiero justicia en esta tierra. Hasta ahora no han hecho nada por el asesinato de mi hijo, así que espero poder tener voz para denunciar hasta el último día de mi vida. Porque no es solo la memoria de Nico, es la memoria de un artista asesinado, de una voz poderosa que denunciaba a través de los muros. Ahora son esas paredes las que gritan justicia por todos esos jóvenes que nos arrebataron”.


Al frente del cambio
Yuliana Latorre nunca imaginó que un impulso la llevaría a transformarse en una figura clave durante el estallido social en Buga en el 2021. Ocurrió el jueves 29 de abril de ese año. Al observar las manifestaciones del Paro Nacional, notó el desespero de las personas, la angustia y el deseo de alzar la voz ante las situaciones de injusticia del país. Se veía humo en las calles, la gente corriendo y, en medio de ellos, agentes del entonces Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) tratando de dispersar a los manifestantes. Decidida, se unió a la Primera Línea donde la lucha era más intensa. “¿Quién sigue conmigo? Yo voy para adelante; acá no hacemos nada”, exclamó Yuliana. Ese fue el día en que ella dejó de ser una espectadora y se convirtió en una líder dispuesta a enfrentar cualquier obstáculo por la justicia social.
Es una mujer de piel morena, ojos negros y cabello liso del mismo tono. A pesar de enfrentar muchos obstáculos, como la falta de oportunidades y el prejuicio social, ha logrado ganarse el respeto en su comunidad gracias a su dedicación y compromiso. Como madre, siempre coloca a sus hijos en primer lugar, guiándose por la justicia y la igualdad, lo que refleja su profundo amor y prioridad hacia su familia.
En un hogar de escasos recursos, Yuliana creció bajo la guía firme de su madre, quien dedicó más de veinte años de su vida al bienestar social. Su progenitora, una figura de resistencia y liderazgo, trabajó incansablemente no solo cuidando niños, sino también apoyando a mujeres que, estando solas y vulnerables, sufrían de toda clase de maltratos y abusos por parte de sus maridos. A pesar de no contar con muchos recursos económicos, ella les brindaba casa y apoyo psicológico. Tuvo un jardín comunitario que, aunque debió cerrar por falta de espacio y recursos, dejó una huella imborrable en la vida de su hija y en varios habitantes de Buga.
Este ejemplo de dedicación y servicio a la ciudadanía inculcó en Yuliana valores profundos de empatía y compromiso social. Observando a su madre, comprendió la importancia de trabajar por el bienestar de los demás y la influencia positiva que una persona puede tener en su entorno. Estos principios fueron la base de su propia vida e inspiraron para seguir los pasos de su madre, dedicándose también a mejorar la vida de quienes la rodean. La primera vez que Yuliana se sumergió en el mar de voces de una manifestación no fue por convicción, sino por curiosidad. Había oído rumores y visto rostros, pero uno en particular captó su atención: un joven llamado Kevin, a quien recordaba de un incidente anterior en el parque Vergel, en el que le confiscaron su moto. Aquel día, la morena de larga cabellera sintió el dolor ajeno como suyo y esta situación despertó en ella un sentimiento de empatía y solidaridad hacia Kevin. Decidió intervenir y entabló un diálogo con él para comprender lo que estaba sucediendo y ofrecerle su apoyo en esta situación de injusticia, lo que la motivó a involucrarse y tomar acción en defensa de él. Días después, lo encontró sentado en el puente Lechugas, donde los manifestantes se reunían. El ambiente estaba cargado de energía; las personas sostenían pancartas, quemaban llantas y cantaban, expresando su descontento con las estructuras de poder. La necesidad de apoyar la causa impulsó a la Yuliana a actuar. Su esposo, Andrés Mauricio, decidió acompañarla, pues compartía el interés que ella sentía. El 29 de abril de 2021 marcó un hito en la vida de Yuliana. En el furor de las protestas, se le asignó inicialmente un papel secundario, entregando piedras y leche a los manifestantes, un rol tradicionalmente reservado para las mujeres en las protestas. Ella no se conformó con permanecer en la retaguardia; su espíritu inquieto y su anhelo de justicia la empujaron hacia el frente, al corazón de la manifestación, donde la acción y el peligro eran más intensos. “No, quédate atrás con la leche”, le insistió su esposo, tratando de protegerla. Pero, en menos de cinco minutos, ella estaba adelante: “¿Quién sigue conmigo? Yo voy para adelante; acá no hacemos nada”, exclamó, invitando a otras mujeres a unirse a ella. Y así lo hicieron ‘La Caleña’ y ‘La Americana’, dos compañeras que compartían su misma convicción. En el centro de las manifestaciones, donde el clamor por la justicia resonaba con fuerza, las mujeres emergieron como figuras claves. Indiscriminadamente, la sociedad ha relegado a la mujer al rol de cuidadora, pero su participación en el paro fue más profunda y compleja de lo que muchos reconocen. No fueron solo las manos que alimentaban o las que curaban, sino también las manos que luchaban, los pies que se ponían al frente de la batalla y las mentes que ideaban grandes estrategias. ‘Pan’, como era conocida Yuliana por todos en el paro, había motivado un ejército de mujeres; entre ellas, ‘La Americana’, ‘La Caleña’ y tantas otras, apodadas con cariño por sus compañeros. Se mantuvieron firmes al frente, desafiando no solo al adversario, sino también a los estereotipos de género. Con valentía y espíritu guerrero, enfrentaron al contrincante, y a esos frenos sociales que tratan de definir lo que está bien y lo que está mal, lo que debería ser y hacer una mujer dentro de la sociedad. Sin embargo, esa situación puso en peligro sus vidas y muchas fueron agredidas. Uno de esos casos fue el de la cuñada de Yuliana, quien recibió un impacto en el ojo con una lanzadora de gases y, aun así, continuó en la lucha. Para Yuliana, como mujer y madre de familia, integrarse la Primera Línea no era solo un impulso; significaba colocarse en el frente de batalla, donde la lucha por la justicia social se encontraba con la dura realidad de la violencia y la represión. Junto a sus compañeros se transformaron en los guardianes de la protesta, en símbolos vivientes de resistencia y solidaridad. Con cada acto de valentía, reafirmaban su compromiso inquebrantable de proteger los derechos y la dignidad de su comunidad. Para sus miembros, estar en la vanguardia no solo era una posición física; era asumir la responsabilidad de liderar con el ejemplo, de ser el escudo que resguardaba las esperanzas de muchos. En los momentos más críticos y peligrosos, cuando la tensión se convertía en enfrentamiento, la Primera Línea se mantenía firme, dispuesta a sacrificar su seguridad personal por un futuro más justo e igualitario para todos. Bajo la sombra protectora de un árbol, cerca del puente de la Lechuga, Yuliana vivió el 18 de mayo una escena que quedaría grabada en su memoria. Frente a frente con un miembro del ESMAD, cuya figura se asemejaba a un robot de combate, cubierto de pies a cabeza con un armazón negro que lo aislaba del mundo exterior. Ella se olvidó de todo: de sus hijos, de su madre, de su esposo. En ese instante, solo importaba el enfrentamiento, la confrontación directa con quien, oculto tras un escudo transparente, representaba una amenaza. Se enfrentó al ESMAD cuando uno de los agentes apuntaba directamente con un arma a su rostro. Llena de ira, se quitó la capucha y le gritó entre lágrimas al uniformado: "Si usted es hombre, dispare de frente", mientras sus compañeros le rogaban que se retirara: “¡ʽPanʼ, quítate, mira que te va a disparar, por favor, quítate!”. Sin ceder o mostrar temor, Yuliana retó al funcionario a mostrar su humanidad, a reconocer que allí había personas con seres queridos que los esperaban en casa. Se sentía empoderada y quería alzar la voz por todas las mujeres que habían sido agredidas durante el estallido. La tensión era palpable y aunque la ira de Yuliana era fuerte, pareció conmover al oficial. Mirándola a los ojos, él dio un paso hacia atrás y luego, alzando su mirada hacia la multitud que se extendía más allá de la vista, bajó su arma. No obstante, al poco tiempo, el agente lanzó una granada aturdidora que cayó a los pies de Yuliana dejándola desorientada. A pesar de esto, se mantuvo firme negándose a retroceder. El Paro Nacional de 2021 en Buga fue más que una serie de protestas; fue el despertar de un pueblo que exigía ser escuchado. La ciudad, descrita por sus propios habitantes como una “zona de guerra”, se convirtió en el escenario de una lucha que resonó en todo el país. La presencia intimidante de helicópteros sobrevolando y la actitud desafiante del ESMAD solo sirvieron para intensificar la atmósfera de tensión. Los enfrentamientos frecuentes en Buga se dieron principalmente en el puente de Lechugas, ubicado en la entrada norte del municipio. A pesar de su apariencia desgastada por el uso constante y barandas de metal que muestran signos de oxidación, su importancia trasciende su estructura física. Los conflictos no se limitaron a este puente; también resonaron a través de la ciudad, especialmente en los barrios como Los Ángeles y Aures, donde las protestas eran igualmente intensas. El uso de gases lacrimógenos, una problemática común en estos sucesos, afectó a numerosos ciudadanos con síntomas de asfixia; más de 15 personas, incluyendo adultos y niños. Según el informe del Colectivo Resistencia Buga, se reportaron 4,285 incidentes de abuso policial, más de 36 casos de violencia de género y 215 heridos por armas de fuego. El 22 de junio, en la madrugada del último día del Paro, los ánimos y las fuerzas de los manifestantes flaqueaban; ellos fueron sorprendidos durmiendo bajo la lluvia donde se encontraban refugiados en una carpa de enfermería. Ese fue el final de una serie de eventos que marcarían a todos los que estuvieron allí. Llenos de valor y resistencia en el anhelo de un cambio, los cuerpos exhaustos de los manifestantes buscaban un breve descanso ignorando que sería la última vez que dormirían bajo su techo de lona porque la tranquilidad fue efímera. El sonido de los silbatos cortó la noche, y los gritos de advertencia se entrelazaron con el estruendo de la lluvia. Según el relato de Yuliana, días antes, la policía había prometido en varias mesas de diálogo que harían una tregua: los manifestantes no serían atacados hasta llegar a un acuerdo formal. El 1 de mayo, se aseguró a los manifestantes que la situación cambiaría y que el compromiso era sólido. Mientras se mantuviera el diálogo, ni la policía ni los miembros del ESMAD agredirían a los participantes de las protestas. Esa promesa se hizo en el parque de Aures, donde un oficial de policía se comprometió con la comunidad. El pueblo aceptó la promesa, anhelando que finalmente se alcanzara un acuerdo. Por eso, la tregua significaba un gran alivio para los bugueños. Sin embargo, las promesas se disolvieron; no había mesa de diálogo que valiera. La policía había ingresado por la parte trasera, violando el acuerdo y dejando a los manifestantes en una situación de vulnerabilidad y traición. Los manifestantes fueron empujados y sometidos a un trato brusco, siendo arrastrados lejos de las cámaras y los ojos del mundo, hacia la oscuridad del Comando de Atención Inmediata (CAI) del barrio Los Ángeles. Mientras tanto, los miembros del ESMAD celebraban su victoria. El mismo agente que antes había amenazado a Yuliana con su arma, esta vez, con un tono de superioridad, le dijo: “Ahora sí estás aquí con nosotros, se te acabó la arrechera, ¿o es que me vas a seguir desafiando?”. Gran tristeza embargó el alma de ʽPanʼ, pues a quien ella había creído ganar para la causa social, ahora se volvía hacia ellos con más fuerza. El ESMAD comenzó a agredir a los manifestantes. Ella, con la mirada fija en el funcionario, sus compañeros le decían que ignorara sus provocaciones. Pero para Yuliana, el respeto era innegociable. La liberación de Yuliana y sus compañeros llegó en horas de la tarde gracias a la gestión de varios defensores de derechos humanos. Sin embargo, la verdadera historia no era la de su detención, sino la de su resistencia. Yuliana manifiesta que la Primera Línea no fue vencida por la fuerza del escuadrón nacional, sino por la traición y el agotamiento acumulado después de más de dos meses de lucha intensa. Los enfrentamientos, marcados por la violencia y el dolor, dejaron cicatrices en la comunidad y un profundo rechazo. Buga, en esos días, se transformó en un símbolo de la lucha nacional, reflejando la agitación social que se vivía en varias ciudades de Colombia. El amor que supera el caos El domingo 4 de julio de 2021 marcó el inicio de una nueva etapa para Yuliana y su esposo Andrés Mauricio. Se habían propuesto casarse al cumplir un año de relación, una promesa que coincidió con el Estallido Social. En el caos del momento, encontraron apoyo en un médico y una enfermera que les ayudaron a organizar una boda improvisada. La ceremonia se llevó a cabo en un salón del barrio Aures. Los dos optaron por lucir ropa negra; ella con tacones, un vestido y una pañoleta que solo dejaba ver sus ojos; él llevaba una capucha y en su mano derecha un escudo adornado con las palabras ‘paro’ y ‘amor’, el mismo con el que tantas veces se defendieron de los ataques del ESMAD. La ceremonia contó con unos pocos testigos, incluidos algunos compañeros de la Primera Línea. El padre, Edilson Huérfano, un sacerdote que había defendido la justicia social durante el paro en Cali, les otorgó su bendición en una ceremonia que combinó lo civil y lo espiritual, sellando su unión. El anillo de compromiso presentaba una línea continua y el número uno junto con un punto, simbolizando la primera línea y el comienzo de su vida juntos. Hubo lágrimas, momentos de tensión, pero, al final, el padre los declaró marido y mujer. De la Primera Línea a la formación de un colectivo Actualmente, en las calles de Colombia, donde cada 28 de abril la tensión se hace palpable, Yuliana vive una historia de resistencia y liderazgo. La policía la busca, recordándole que sus acciones y su voz no pasan desapercibidas. A pesar de tres años de lucha, la presencia policial es una sombra que la sigue, un recordatorio de que sus pasos son monitoreados, que su liderazgo es reconocido y, a la vez, motivo de preocupación. En medio del fervor de las protestas, Yuliana, más allá del simple acto de protestar, vio una oportunidad para organizar y construir un futuro más justo. Junto a un pequeño grupo de jóvenes, empezó a formar un colectivo que, con el tiempo, se transformó en un movimiento estructurado conocido como La Resistencia Buga. El Colectivo Resistencia Buga, surgido durante el Paro Nacional de 2021, se dedica a la comunicación y difusión de información sobre eventos sociales y políticos en Buga, Valle del Cauca. Utilizando plataformas como Facebook e Instagram, el colectivo no solo comparte actualizaciones y noticias relevantes, sino que también brinda apoyo a iniciativas estudiantiles y comunitarias. La filosofía de Resistencia Buga se centra en la pedagogía urbana, promoviendo valores y destacando la importancia de la educación fuera de las aulas tradicionales como en actividades de ‘cine al parque’, donde se fomenta el aprendizaje y desarrollo de niños y jóvenes. Con la bandera de la resistencia en alto, Yuliana y su colectivo están ahora en proceso de formar la Unión de Resistencia Valle del Cauca, una organización que nace de la necesidad de empoderar a las mujeres y unir a la comunidad en la creación de mesas de diálogo a nivel municipal, departamental y nacional. A pesar de los desafíos y reconociendo la importancia de la educación, ha cursado varios diplomados en Derechos Humanos convencida de que el conocimiento es esencial para defender y luchar por las causas justas. Ella insiste en la necesidad de ir más allá de lo que los medios de comunicación presentan; quiere estudiar y comprender las realidades más profundas de la sociedad. Es una líder en la lucha por la justicia y la transformación social. Su historia es un testimonio de cómo el caos puede dar origen a un cambio profundo y cómo la convicción se convierte en una pasión capaz de transformar vidas. Yuliana insiste en que las oportunidades no pueden limitarse a los jóvenes, sino que deben estar disponibles para todas las personas que quieren mejorar sus vidas y contribuir a una nueva sociedad. Su enfoque inclusivo abarca desde programas de alfabetización hasta talleres de habilidades técnicas y liderazgo asegurando que todos los miembros de la población bugueña tengan acceso a los recursos necesarios para su crecimiento y empoderamiento. A través de estas iniciativas busca construir una sociedad más justa y equitativa donde cada individuo tenga la oportunidad de alcanzar su máximo potencial.



La dualidad de Maqui
—Saliendo hacia uno de los cambuches de la 46 que se llamaba Palestina, iba muy bien vestida porque había tenido una reunión en el trabajo. Entonces alguien de ese cambuche saca un arma, me apunta y dice: “¿Usted qué hace acá? A mí ya me dijeron que usted es una infiltrada”. Automáticamente, reaccioné y grité. En ese instante, otro chico escucha y rápidamente le dice: “¿Qué te pasa?” y ahuyenta al agresor. Sentí mucho miedo y creo que lo hizo por el hecho de ser mujer, porque sabía que me iba a intimidar fácilmente. En otro momento, se acerca y me dice: “Era recochando, te estaba molestando no más”. Pero es obvio que lo hizo porque soy mujer…
Este fue uno de los episodios vividos por Margarita Maquilón, o Maqui —como le dicen quienes la rodean— durante el Paro Nacional del 2021 en Cali que la convencieron de lo difícil que es participar en espacios de protestas siendo mujer, funcionaria pública y ciudadana. Al estar ejerciendo un cargo público como gestora cultural adscrita a la alcaldía, supo desde el principio que su intervención iba a ser difícil de desempeñar. Además, la dualidad interna que le provocó la situación la llevaba a cuestionar su accionar. No sabía si ser una protestante más que quería reclamarle al Estado por sus inconformidades o desenvolverse en su cargo público. Fueron muchos los conflictos, comentarios y actitudes permeados de machismo que obstaculizaron su liderazgo femenino en la lucha. Después de toda su actuación en las manifestaciones, recibió amenazas que al día de hoy no sabe de dónde venían. Esto hizo que no regresará a Puerto Resistencia durante un año, por miedo a la persecución o que se hicieran realidad las intimidaciones.
Nació y creció en el Distrito de Aguablanca, específicamente en el barrio El Vallado, en Cali. Criada en una familia conformada por sus padres, Jesús Leopoldo Maquilón y María Jesús Moreno, Margarita fue la penúltima de sus tres hermanas, Sandra Patricia, Olga Lucia y Alida Vanessa. Sabe a la perfección que es salir adelante con las uñas, pues el señor Jesús fue sastre y la señora María asesora de colegio. Vivir durante toda su infancia, adolescencia y parte de su juventud en el Oriente de Cali le brindó la posibilidad de entender la desigualdad social. Ser una mujer afrodescendiente la hizo vivir experiencias discriminatorias que le abrieron espacio a cuestionamientos sociales y actos de rebeldía política, como mantener su cabello suelto para resaltar su belleza afro de la que se siente completamente orgullosa. La trayectoria de su formación académica no siguió una línea recta; fue un camino de dudas, búsquedas y cambios. Empezó a estudiar Ingeniería Industrial en la Universidad del Valle, pero al poco tiempo abandonó la carrera. Entendió que ese no era su propósito en la vida. “Aunque no dudaba de mi capacidad, el espíritu no me daba para pasar las asignaturas de Cálculos y Física”. Le informó esto a sus padres y ellos la apoyaron para estudiar Publicidad en la Universidad Santiago de Cali. Después de graduarse, en 2015 migró a Buenos Aires, Argentina, para cursar una maestría en Marketing y Comunicación Política, en la Universidad de San Andrés. Regresó a Colombia y realizó una Especialización en Gerencia Administrativa en la Universidad Católica. También ha complementado su carrera con diferentes diplomados que le han ayudado a darle el enfoque social y cultural que ella buscaba. Esta trayectoria académica diversa la llevó a trabajar en diferentes entidades, como la agencia de publicidad Enescuadra, el Consejo Comunitario Cuenca Río Yurumanguí y la Unidad Administrativa Especial de Gestión de Restitución de Tierras Despojadas. Asimismo, manifestó que siempre hubo intereses artísticos, sociales y culturales, por lo que hizo parte de varios proyectos de innovación social. Maqui había realizado múltiples campañas de concejales y alcaldes. En 2019 fue convocada por la campaña del entonces candidato Jorge Iván Ospina para coordinar un proyecto que se llamó “Ospina en tu comuna” que consistía en visitar barrios del Oriente para aclarar dudas de los habitantes frente a diferentes planes o inversiones que se proyectarían en cada zona. Gracias a la coalición que Ospina logró hacer y que llamó ‘Puro corazón por Cali’ (en la que estaban el Partido de la U, Grupo Nuevas Generaciones, de la gobernadora Dilian Francisca Toro y el Partido Liberal), ganó la alcaldía con 298.020 votos. Su anterior alcaldía (2008- 2011) había dejado un buen recuerdo en la memoria de los caleños con las llamadas Megaobras, que brindaron cambios significativos en la ciudad. A partir de la intervención de Maqui en la campaña, le ofrecieron un puesto que le pareció muy atractivo —como gestora cultural— dentro del despacho del alcalde Jorge Iván Ospina. Este trabajo le permitía trabajar en eventos de ciudad y en el proyecto “Marca Ciudad Cali”, cuyo objetivo era mejorar la imagen de la ciudad. En 2019 ocurrió el famoso 21N (protesta que se denominó el “Paquetazo”), en la que cientos de personas en diferentes ciudades del país salieron a protestar en contra de la gestión del ex presidente Iván Duque. La clase trabajadora, los estudiantes, líderes sociales y muchos otros sectores sociales tenían razones para salir a marchar. Maqui hizo presencia en Puerto Resistencia —también conocido como PR—, participando en los cinco días de cacerolazo. Junto a otras personas que buscaban maneras de dejar una huella en PR, siempre demostrando su ánimo de protesta. En 2021, vuelve y hace parte de la manifestación en Univalle con algunos de sus ex compañeros, egresados y amigos. Entre risas dijeron: “Bueno, vamos a chupar gas nuevamente”. Maqui entendía que no es lo mismo el gas a los dieciocho que a los treinta y cinco, pues es consciente de que causa alteraciones funcionales y reacciones alérgicas en la piel. Sin embargo, el entusiasmo seguía intacto. Cuando la protesta en Cali se encontraba en su momento más álgido, la alcaldía decidió crear enlaces para controlar la situación y Maqui, en una hazaña muy astuta, pidió que le asignan la zona de PR porque la conocía bien y desde hacía un tiempo estaba allí de forma un poco discreta. La delegaron como enlace a ella y a varios profesionales, pero solo aguantaron el voltaje Maqui y su compañero Fabio Cardozo. Los demás renunciaron. —Teníamos un trabajo muy fuerte, eran jornadas continuas. En los peores días del Paro, por ejemplo: el primero de mayo. Esa semana nosotros veníamos a los puntos, tratábamos de identificar qué estaba pasando y teníamos reuniones hasta las 2 de la mañana. Teníamos que generar un documento y nos citaban a las 12 de la noche a una reunión virtual con el alcalde y muchas otras personas, con la finalidad de buscar estrategias que ayudarán a controlar el caos. La alcaldía realmente estaba comprometida y sé eso porque participé, estuve ahí. Pero fue frustrante estar en medio de una reunión de trabajo un primero de mayo y que todos la dejaran tirada porque tenían que revisar redes sociales, porque mientras el alcalde estaba reunido con nosotros, la policía y otras fuerzas tomaron otras decisiones. Estaban matando muchachos, eso era algo muy pesado y ya no podía salir a gritar tan fuerte, hacía parte de esa institucionalidad. “Cuando llegaba a Puerto Resistencia —confiesa—, me tocaba esconder en el fondo de mi bolso el carnet de la alcaldía”. Su participación no fue nada sencilla; la mayor parte del tiempo tuvo que mantener su identidad en secreto porque el estallido social se debió, en gran medida, a la pérdida de confianza en las instituciones. Cuando esto finalmente se supo, los manifestantes de PR la trataron de “infiltrada” y “traicionera”, e invalidaban su opinión por tener esta dualidad. En su trabajo, por su parte, la tildaron de pertenecer a la Primera Línea, una acusación peligrosa en ese contexto. Maqui tuvo que ser muy estratégica para ejercer sus funciones, pero al mismo tiempo protestar. Uno de sus planes fue integrarse en la biblioteca popular que se instaló en el Comando de Atención Inmediata (CAI) de la policía en el sector, pues le parecía que era un espacio que podía utilizar para la pacificación y le permitía desarrollar un papel pujante. Junto a su familia llevaban libros, muchas personas llegaban a donarlos, se leían cuentos a los niños, se dictaban talleres y se hacían audiciones. Maqui dice que era mágico lo que sucedía en este recinto. Mientras las calles de PR eran testigos de fuertes enfrentamientos y sumergidas en grandes cortinas de gases lacrimógenos, la biblioteca era el refugio de quien leía, de los niños que se debían proteger y de quienes mostraban interés en actuar desde la palabra y en crear conversaciones importantes. Maqui estaba allí, conciliando, buscando estrategias para entablar acuerdos entre los manifestantes de esta zona y la alcaldía. Igualmente, estar en este proceso le permitió identificar a un grupo de mujeres con las que sintió confianza y les contó su dilema. —Cuando me integré en la biblioteca, supe que en ese espacio había muchas mujeres y era más fácil encadenarme con ellas. Desde el primer día les conté que pasaba y les dije: este CAI se tiene que entregar, es una pelea casi que inútil. Tratemos de sacar adelante lo que queda de biblioteca. Con las chicas intentamos mostrar que había otra cara y se podía pacificar. Pero cuando se disminuyó el conflicto, Margarita comenzó a tener una capacidad de actuación más profunda, quedando a cargo de la devolución del CAI, lo que se convirtió en todo un reto porque debía actuar como la funcionaria pública y persuadir a los protestantes a entregar el espacio para dar fin a cualquier conflicto de una vez por todas. Pasados varios días, logró concluir la situación, pero se avecinaba un acontecimiento que marcó un antes y un después en la historia de PR: el monumento. Posterior a toda la tragedia y los días tan oscuros a los que se vieron expuestos los manifestantes, se materializó la idea de crear una insignia y homenaje a los fallecidos del Estallido Social en Cali: una colorida mano con el letrero “Resistencia” que medía casi diez metros de altura. Y sí, Maqui hizo parte de esto. Como enlace de la Alcaldía de Cali, ella emprendió el camino para reunir a Metro Cali, Seguridad y Justicia, y llevó a Planeación a verificar las vigas para que el monumento no se cayera. Participó en toda la argumentación para que la mano de la resistencia fuera legal ante la Comisión de Infraestructura y Ornato de Cali, donde se encuentran la sociedad de arquitectos, la sociedad de obras públicas y gente del sector artístico. Fueron tres reuniones en las que se tuvo que defender el proyecto para obtener el permiso. “Todo esto fue una labor que me enorgullece”, dice Maqui con una expresión de satisfacción en su rostro. Pero ser una mujer que desea intervenir y alzar la voz en estos espacios puede dar como resultado rumores que invalidan las intervenciones que las mujeres realizan en espacios de lucha. Lamentablemente, Maqui fue víctima de esto. “Una cosa muy violenta que me sucedió a mí fue… me cuesta decirlo. Violentaron mi reputación, hablaron de que supuestamente me acostaba con uno y con otro. Fueron cosas muy pesadas y duele todavía, porque aún me siguen contando cosas que se dijeron. Vivir eso como mujer es muy difícil, y no fui la única que lo vivió. En ese momento quedé desarmada y me fui a llorar a casa”. Cuando Maqui habla de esto, su rostro cambia; se le hace un nudo en la garganta que le obstaculiza el habla, y se nota en ella una tristeza bombardeada por impotencia. Invisibilizaron el liderazgo femenino que ejercía, dañando su reputación por un juego de poder que quiere dejar claro que los hombres tienen la posibilidad de lograr cosas importantes por méritos propios, pero las mujeres no. Aunque indica que nunca ha sido de ejercer liderazgos muy visibles y que siempre aporta desde la esquina en la que se siente más cómoda, las situaciones anteriores evidencian que arriesgó su vida con tal de ayudar, estar presente y defender sus ideales. Maqui renunció al enlace, pero su apoyo siguió firme. De hecho, el pasado 14 de abril estuvo presente en el palabreo sobre la representación en el Monumento a la Resistencia “Tejer la Memoria, Construir Narrativas”, que se realizó en Puerto Resistencia. Perteneció a la organización de la actividad y lideró diferentes momentos, dejando claro su compromiso con las luchas sociales. Actualmente, Maqui considera que participar en el Paro Nacional le hizo darse cuenta de la fuerza que posee un pueblo unido y le cambió la forma de ver la sociedad. Entendió el poder de los movimientos sociales y lo que pueden generar, como la señora que ahora abrió su comedor comunitario o los chicos que iniciaron huertas en el Oriente de Cali, pues son personas que desean ayudar a los más necesitados. Ella también tiene un espíritu de servicio. En sus tiempos libres, gestiona ayudas sociales, apoya a fundaciones y a todos aquellos lugares donde pueda contribuir a la sociedad.




